Por isla de flores



Recuerdo acompañar una cuerda de tambores con mis amigos, somos los últimos de la procesión, vamos totalmente poseídos por los tambores y el ritmo hipnotizante. Es una sensación de libertad, de goce total, el ver que los que te rodean están en ese trance mágico que retumba en cada caja torácica, no importa como bailes el continuo sonido te suelta.

Las llamadas son esa alegría, lo ves también cuando unos viejitos se paran de sus sillas y comienzan a bailar como unos pibes, en las sonrisas imborrables de chicas que no pueden parar de moverse. La felicidad está ahí desatada en la calle, en la noche de luna llena de ayer, en el sonido de los tambores que se va con el viento.

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