El extraño caso de la bruja del parque

© Martín Cerchiari



En julio realicé algunas incursiones al Parque Rodó para fotografiar los lugares encantados que éste paseo esconde en sus recorridas. La propuesta surgió de un concurso de fotografía organizado por la comisión vecinal del Parque Rodó y el Centro de Fotografía de Montevideo.

Entre las imágenes que el parque me iba mostrando estaban los clichés de niños jugando a los juegos electrónicos, viejos paseando perros, parejas tomando mate. Entre estas suprarepresentaciones de sentido común que el parque entregaba a la vista apareció de golpe una iluminación, una imagen que sacudía el resto, que nos despertaba.

El parque se asemeja en su funcionamiento al campo de concertación. La diversión infantil se reproduce a sí misma en un espacio que solo mira hacia adentro. Por sus caminos, sus luces y carteles fantasmagóricos la familia adquiere la presencia del Flâneur que parece elegir la diversión de tantas tentaciones electrónicas para llegar a una diversión transformada en mercancía.

Pero en uno de esos caminos, en el límite del parque, allí donde sólo es pasaje, en su costado casi obsceno, fuera de escena, estaba una mujer sentada en un banco con una máscara de bruja que llamaba al público aplaudiendo.

Su estética grotesca generaba la distorsión con el resto del parque, su humanismo contrastaba con la mecánica autómata de los juegos que se ofrecía como diversión infantil una aporía asomaba en el paisaje casi perfecto de las luces y los colores.   

A pesar de los esfuerzos de la bruja por llamar la atención las familias que pasaban miraban con desconfianza resultándoles difícil romper con su dimensión alienada por el parque. Visualizaban un estado de excepción dentro del parque, la imagen de la bruja esperando su público con un libro viejo en su regazo, su máscara de látex desdibujada, una olla de acero inoxidable en sus pies llena de insectos de juguete; era una revolución.

En su génesis la bruja es como una luciérnaga que cuestiona la perfección del parque infantil. Este acontecimiento es un milagro una iluminación  y funciona gracias a la destrucción de la forma que la rodea.

La bruja se transforma en esa micro práctica de la vida cotidiana que enfrenta el statu quo.

El espacio sin dimensión del parque infantil es absorbido por la imagen de si. Los juegos electro-mecánicos encantan al niño en su forma y lo hacen deambular por una pista donde no conduce su auto de carrera sino que vive la fantasmagoría de esa experiencia. El simulacro de la experiencia lúdica en un juego mercantilizado y trasformado en un fetiche de ocasión al precio de un boleto por vuelta.

Esta imagen dialéctica de la bruja quedo transformada en logaritmos binarios que hoy componen la imagen de mi cámara digital ”Fue un breve asomo de una fuerza viva en la red amarga del destino y el continuum ”

Poco a poco el encanto de esta representación más pura, no mecánica, con el valor del arte teatral atrapó la curiosidad de algunos chicos que ingresaron en un mundo paralelo a la diversión mecánica dejándose llevar por la imaginación, el verdadero momento lúdico de esa tarde donde ellos mismos fueron los productores de su fantasía. Cada niño tomo un insecto de juguete que la bruja le ofrecía junto con un sorbo de la cuchara sopera para probar la pócima secreta. El sin sentido y una figura más caótica liberaba a los pequeños de los cinturones de seguridad de los juegos de inercia.   




Curso de Educación Permanente (UDELAR).
La destrucción de la forma: comunicación, imagen visual y catástrofe. 
Docente: Víctor Silva Echeto.


Áreas de estudio: Filosofía de la comunicación, estudios visuales, Walter Benjamin, Aby Warburg.

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